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16 de abril de 2020

EL ROSTRO DEL MAÑANA

La pandemia de COVID 19 que nos golpea, es constantemente parangonada con una situación de guerra: el lenguaje de los discursos oficiales y los recursos publicitarios de los países afectados, llaman a la lucha y apuntalan el ánimo de la población con arengas que apelan a la unidad y el orgullo nacional.

 

Sin embargo, con excepción del personal sanitario que se ha convertido en héroe y mártir de esta epidemia, la participación que le ha tocado a la mayor parte de la ciudadanía es, apenas, la de una resistencia silenciosa o, peor aún, la de un juego de escondidas con un enemigo invisible que tiene en jaque a todo el planeta.

Nada de glorioso hay en esta guerra de nervios que justifique el surgimiento, en distintas partes del mundo, de la retórica nacionalista que originó y origina verdaderas guerras con millones de muertes inútiles y evitables. Por el contrario, si algo puso de relieve este minúsculo enemigo que vino a mostrarnos en espejo nuestra propia pequeñez, es la igualdad en la vulnerabilidad tanto de naciones ricas como pobres, y la irracionalidad –en todas las latitudes- en la fijación de prioridades en la delineación de los presupuestos, que en general priorizan enormes partidas de defensa y actividades no esenciales, superfluas o suntuarias, y relegan a puestos secundarios todo lo relacionado con la investigación, la prevención de enfermedades y la atención de la salud.

El cierre de fronteras que se intentó en un principio como medida desesperada es insostenible en el tiempo, y la categorización de las naciones según el riesgo potencial de propagación del virus es, a esta altura, irrelevante. El enemigo invisible entra tanto en los campos de refugiados como en los palacios de gobierno, en la primera clase de los aviones como en las casas sin agua potable y cunde, por igual, al norte y al sur, al este y al oeste de las barreras ideológicas, con la única diferencia de los recursos disponibles para la atención de los afectados.

Desde los barbijos, el alcohol, los respiradores y los retrovirales de hoy hasta el remedio o la vacuna que se encuentren en el futuro, así como también en la asistencia económica para el sostén y el resurgimiento de los afectados, la forma en que se manejen los recursos de toda la comunidad internacional le pondrán los rasgos y la personalidad al rostro del mundo futuro, que sin dudas estará marcado por las cicatrices de esta gigantesca globalización que hoy nos iguala y nos hermana en la enfermedad.

Por Patricia Giglio

 

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