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26 de diciembre de 2020

Orígenes

El lugar de donde somos, estemos orgullosos o reneguemos de él, marca fuertemente nuestra identidad y genera nuestra primera carta de presentación ante el mundo.

 

Probablemente no todos sepamos de quién se habla cuando se menciona a Leonardo de Ser Piero, Domenikos Theotokopoulos, Jheromus van Aken o Paolo Cagliari, aunque se trate de genios del arte como Leonardo Da Vinci, El Greco, El Bosco y Veronese. Es que a Leonardo lo conocemos por el nombre de su ciudad de origen, Vinci; al Greco (el griego), por el apodo que le valió ser nativo de Creta; El Bosco debe su apelativo popular a su tierra natal, De Bosch, así como Veronese era llamado así por provenir de la ciudad de Verona.

En nuestra nación, nutrida por la inmigración, ha sido objeto de estudio la incidencia del desarraigo sobre nuestro carácter: el rasgo tan nostálgico y desesperanzado del tango, por ejemplo, es atribuido al desencanto de una generación por el fracaso de una gran quimera, que naufragó en esta nueva “Finisterre” del cono Sur.

Nuestra inagotable capacidad productiva de crisis económicas genera periódicamente en nuestra población, especialmente entre los jóvenes, importantes olas de emigración en busca de supervivencia o de mejores oportunidades. Fresca todavía la memoria del éxodo del 2001, los vemos mirar nuevamente hacia el aeropuerto como una vía de escape hacia un mundo que promete globalización, al mismo tiempo que aplica filtros y defiende sus fronteras.

Los hijos, nietos y bisnietos de los nostálgicos del viejo mundo, cargando nuevamente con la esperanza de una salvación de ultramar, se convertirán tal vez en el futuro en europeos con añoranzas de este rincón del mundo, y seguirán cargando con el karma de ser, más que argentinos, eternos pasajeros en tránsito.

 

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Por Patricia Giglio
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