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20 de enero de 2020

Si, acepto

 

La defensa de las libertades individuales y la lucha por la conquista de los derechos civiles fueron el norte y el mapa de ruta de la civilización occidental, que puso su eje en el hombre y en la razón.

El acceso al conocimiento, información y protección de la privacidad e intimidad, no fueron concesiones graciosas sino que representan conquistas que se dieron como resultado de luchas, trabajo y ardua y paciente construcción. Ni los monarcas absolutos, ni los señores feudales ni los tiranos sostenidos sobre sangre y fuego accedieron voluntariamente a compartir con el pueblo privilegios que hoy son, para nosotros, tan naturales como decidir sobre nuestra propia integridad y participar en el manejo, la toma de decisiones y la administración de una comunidad.

Un arma -de doble filo, como todas-  como es la tecnología aplicada a las comunicaciones, que parecía haber llegado para democratizar el acceso a la información al convertirnos a todos en emisores y receptores, productores y consumidores de datos, noticias y contenidos, parece estar convirtiéndose en un monstruo capaz de retrotraernos a tiempos de oscuridad y hacernos claudicar voluntariamente de muchos de nuestros derechos y libertades.

Todas nuestras acciones quedan grabadas, todas nuestras preferencias, elecciones e inquietudes quedan registradas, todos los momentos de nuestra vida se transforman en archivos a los que ligeramente autorizamos a acceder a entes abstractos que nos perfilan, nos clasifican y nos tipifican como consumidores de información en forma de propaganda comercial o política.

Montones de «sí, acepto» dados a la ligera han permitido que se manipularan elecciones de autoridades y consultas populares sobre temas de trascendencia para las naciones, del mismo modo que la producción, recepción y reproducción de fake news (noticias falsas), encuestas tendenciosas y caprichosos juegos de algoritmos nos están llevando a una nueva edad de la inocencia, en la cual todo y nada puede ser cierto, en la que miramos pantallas y recurrimos a opiniones de redes sociales para saber qué y cómo somos, y que nos lleva a creer que tomamos decisiones libres y soberanas, cuando somos cada vez más piezas menores y sin voluntad de un juego en el que sólo tienen poder quienes manejan la big data.

OPINIÓN | POR PATRICIA GIGLIO

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