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13 de marzo de 2020

El pibe humilde que se hizo leyenda

Braian Toledo nació en Marcos Paz y se hizo grande con sus hazañas en atletismo. Murió trágicamente y ya es un mito del deporte argentino.

 

 

Viajaba en moto con su entrenador desde Marcos Paz hasta el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (CENARD), cuando entrenaba a sol y sombra para ser alguien en el ámbito del atletismo. Era un chico muy humilde cuya vida, malograda tan joven, le dio al menos la posibilidad de que su madre tuviese una casa decente en su localidad natal.

Eran las 16.45 del 6 de marzo de 2010 cuando antes de lanzar la jabalina, Braian se concentraba mirando a lo lejos. “Como uno de estos personajes extraídos de una leyenda griega o romana, parecía un cazador centrado en arrojar su lanza hacia una presa que le garantizara su supervivencia o un guerrero buscando impactar en un adversario”, aseguró entonces el ex-atleta, entrenador, juez y dirigente de la Confederación Argentina de Atletismo, Rubén Aguilera.

La punta metálica dejó su marca a 89.34 metros batiendo por asombrosos cuatro metros y fracción la plusmarca ecuménica que había logrado el propio Toledo hacía 15 días en el CENARD. Fue el comienzo de una carrera que también lo tuvo como protagonista ese mismo año en los Juegos Olímpicos de la Juventud.

Braian Exequiel Toledo fue un joven que a lo largo de su trayectoria nunca olvidó sus raíces, donde vivió etapas muy difíciles padeciendo necesidades prioritarias para su existencia y junto a la “Peque” Paretto, Germán Chiaraviglio, Sebastián Crismanich y Delfina Merino, con el apoyo empresario, ayudaban a niños en situación de pobreza en Argentina. Conocedor de la miseria, había revelado el gesto solidario que cultivaba al menos una vez por mes, cuando cargaba su auto con mercadería para repartir por diferentes barrios vulnerables de Marcos Paz. Su novia había sido la impulsora de la idea, que él abrazó entusiasmado.

En pos de progresos técnicos, había emigrado a Finlandia con apoyo privado porque no había asistencia del Estado. En el país nórdico la jabalina es pasión (como lo resaltara el maratonista Reinaldo Gorno, medalla de plata en los Juegos Olímpicos en Helsinki 1952) y ya se entrenaba a las órdenes de Kari Ihalainen.

Su profesor de la secundaria, Gustavo Osorio, fue el primer entrenador. Así se convirtió en el atleta carismático que llegó a ganar la simpatía de la entonces presidente, Cristina Fernández de Kirchner y la fantástica rusa Yelena Isinbayeva (5 veces campeona del mundo e igual número de títulos ecuménicos Indoor), nada menos.

Apenas tuvo la ocasión de salir al exterior en plan de perfeccionamiento con Osorio, trabó amistad con la fantástica Isinbayeva, 28 plusmarcas mundiales de salto con garrocha femenino, 15 al aire libre (5,06 metros) y 13 en pista cubierta (5,01 mts.), quien entonces lo aconsejaba permanentemente. Según relató Osorio, cuando Toledo tenía 16 años fue Isinbayeva quien se acercó a la pista para sacarle fotos al jabalinero argentino, un día que lo vio entrenando, asombrada por su técnica de lanzamientos.

Braian Toledo nació el 8 de septiembre de 1993 y perdió la vida el 27 de febrero de este año. Tuvo tiempo de dejar un nombre y un legado como otros grandes que se fueron antes de tiempo. Germán Chiaraviglio, gran amigo, expresó: Como deportista era un campeón olímpico, como persona era campeón intergaláctico. Un ser humano increíble. De chico, muy introvertido, pero de a poco empezó a salir a la luz la personalidad que tenía. Luchador como ninguno, siempre con sueños y metas tanto dentro como fuera de la pista. Su recorrido en el atletismo me recordó mucho a mis comienzos y en lo que pude, intente aconsejarlo. Ayudó siempre a su familia, fue contenedor de su madre y hermanas, asumió un rol que no eligió, sino que le tocó, siempre con energía y ganas de querer ayudar. Compartimos muchos viajes y experiencias, en general aprendimos mucho de él, como por ejemplo de qué manera, a pesar de tener pocas oportunidades, había aprendido a aprovecharlas y buscarle el lado positivo a las cosas”, destacó Chiaraviglio con mucho dolor.

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Por Enrique Cruz

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