fbpx

21 de junio de 2020

Toque de queda

Un día el mundo se puso en pausa y 14 días se convirtieron en 60, 90 o 180, y una cuarentena se convirtió en el conjunto de un número indeterminado de días que no fue igual a 40.

 

La palabra «inminente» se redefinió y cobró la presencia intimidante de un guardia (o un carcelero) parado junto a nuestras puertas. Todo lo que era urgente tuvo que esperar, todo lo que era importante perdió importancia y todo lo que vencía se dio por vencido.

 El miedo, ese sentimiento tan íntimo que nos vuelve pequeñitos y da material y argumento a nuestros sueños, se compartió, se multiplicó y se socializó y la muerte –que nos vino a golpear el hombro para recordarnos que nuestra sombra nunca está sola-  ya no acechó de a uno sino que fue una oscura nube colectiva que rondó nuestras puertas, como lo hizo en Egipto durante la noche de la última plaga.

Como en la obra de Salvador Dalí «La persistencia de la memoria», las horas se deformaron y se hicieron líquidas, ingrávidas e insustanciales, y se derritieron adentro de los relojes confundiendo nuestra percepción del tiempo. Los segundos y los minutos ya no se contaron de 60 en 60, y los relojes de arena se desbordaron y se derramaron formando dunas y desiertos.

Cuando todo este obligado ostracismo pase y las puertas vuelvan a abrirse y los relojes se vuelvan sólidas máquinas de contar hasta 12, ojalá que la memoria no deforme los recuerdos y nos permita discernir que no todo lo urgente es tan urgente, no todo lo importante es tan importante y que algunas cosas perecederas pueden –y muchas veces merecen- perecer sin que nadie las extrañe.

 

Por Patricia Giglio
Translate »
Ir al contenido